sábado, 20 de septiembre de 2014

autoinstrucciones

La mirada, el observarse unos a otros en una comunicación directa  de dos o más personas es considerada actualmente en nuestra sociedad un requisito en la relación de dos personas. Dependiendo de los usos y costumbre de la sociedad en que la persona se encuentra, es recomendable ver a los ojos a la persona con quienes conversamos, asintiendo con ellos de alguna manera lo que la palabra expresa; de hecho, es parte del entrenamiento de las llamadas conductas asertivas. Sin embargo hay personas que no miran al interlocutor, felizmente no es considerado un problema psicológico, y efectivamente no debería serlo, mas allá de lo que pueda decir la psicología barata y popular de que “los ojos son el espejo del alma” “…. son la ventana del alma”, o  que la mirada transmite algo, en verdad, la mirada no transmite nada ni es el espejo de nada, las personas que no miran a los ojos del interlocutor están a merced de interpretaciones antojadizas  como hipócritas, falsos o tímidos.

Aunque una mirada fija a alguien tampoco es bien vista, menos si viene de un extraño por la calle. Puede ser referida o circunscrita a una relación más intima, aunque en algunas partes y épocas no era así, Desde la antropología Sir James Frazer el famoso estudioso de la historia de las creencias y religiones de las sociedades antiguas, en la tercera edición en español del libro “La rama dorada” nos cuenta que en sus viajes se encontró con sociedades como la tribu Yuin de Nueva Gales en donde  la mirada entre ciertas personas estaba prohibido, específicamente el yerno estaba prohibido de mirar a la suegra, era presagio de mal matrimonio incluida la separación de su conyugue, tenía que dejarla si o si, no podía mirar a la suegra ni mirar en la dirección que esta veía. En las tribus de Nueva Bretaña conversar y mirar a la suegra era presagio de ciertas calamidades naturales, cosa que se resolvía con el suicidio de uno de ellos.

La mirada  sartreriana tiene un componente de invasión a la privacidad. Para Sartre, mirar al otro y recibir la mirada del otro, desnuda mi entera posibilidad de ser captado como todos mis defectos y me deja vulnerable en mi libertad hacia aquel que me envía la mirada, me vuelve objeto de experiencia del otro. Ocurre lo mismo si yo veo al otro.

San Agustín en sus “Confesiones”  en los capítulos del trigésimo sexto al trigésimo octavo cuando escribe sobre las formas de la “Tentation” (tentación) la mirada ocupa una de sus segundas formas, la primera es el placer. La mirada Agustina si es curiosa, deseosa de saberlo todo lleva a la persona al pecado y a caer en la tentación, de la que Agustín se libraba solo con fuerza de voluntad. Con estas ideas de las miradas a lo largo del tiempo  -entre otras que dejo a la investigación curiosa  no agustiana ni pecaminosa del lector -  no es extraño que le demos a la esquiva o fija  mirada una serie de interpretaciones desde las mágico-religiosas a las fenomenológicas o experencial, perdón por el barbarismo.

En el análisis de la conducta vemos la mirada como una conducta, de esta manera podemos concluir que la persona que mira cuando habla con otra o cuando no mira, es un aprendizaje que se da, dependiendo de la situación, debido a un reforzamiento. Cuando la persona mira a otra es porque ha sido reforzado positivamente ya sea por la otra mirada o alguna otra contingencia dada en ese instante, la persona que no fija la mirada  a su interlocutor, si no es debido a un problema auditivo y quiere leer los labios – se debería a alguna situación pasada adversa que lo ha llevado a esquivar la mirada y se debe a un reforzamiento negativo, ya que esquiva la mirada para no recibir los estímulos adversos que recibió antes. Para superar esto lo más recomendable es que la persona mantenga la mirada cuando hable, si siente ansiedad sería bueno un entrenamiento en relajación y conductas encubiertas como autoinstrucciones positivas que se diga a sí mismo, hasta que la mirada del otro pierda  el efecto adverso que tiene.


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