El temperamento, esa carga genética
que viene heredada y la podemos enmarcar dentro de la esfera afectiva que
comprende la expresión de la emoción en todas sus formas según sea el contexto,
es subjetiva cierto, pero tiene su
correlato físico cuando el niño se enoja y se vuelve impulsivo y agresivo,
puede presentar también signos físicos y neurovegetativos, ansiedad e
intensidad en la expresión impulsiva. Esto les preocupa a muchos padres que ven
a sus hijos con “mucho temperamento” muy enojados, “inestable emocionalmente
para su edad” (la verdad nunca entendí esta expresión psicológica, no conozco a
ningún niño que sea “maduro”) impulsivos hasta la agresividad con sus
compañeros de clase, lo que llevan a anticuerpos y etiquetas de niños problemas
de conducta.
Los padres como dije, se
preocupan, pero la mayoría piensa que
como es heredado, su expresión intensa en forma de impulso y agresión ya es
determinante y marcara por siempre el futuro del niño. Por una parte tienen razón
y por otra no la tienen. Tienen razón porque si sus niños tienen mucha ira,
estas conductas impulsivas si no son mantenidas bajo control de estímulos, pueden
ser un predictor de trastornos de
conducta en la adolescencia, hiperactividad, delincuencia y drogadicción.
Y por otra parte no tienen razón,
porque felizmente en psicología, los determinismos se cumplen muy pocos y bajo
condiciones de intervención se puede reeducar a estos niños llamados problemas
y reducir así el impacto que significa vivir bajo el estigma de chico problema,
modificándose conforme evoluciona el crecimiento del niño, así como por
intermedio de los agentes de socializan con el diario. Es decir, aunque el
temperamento y al intensidad de la ira del niño, pueda tener un componente
hereditario, puede perfectamente cambiar por la regulación social.
Pero un niño con un temperamento
fuerte e impulsivo, no es anormal ni esta trastornado, es parte de su constitución,
sin embargo los padres pueden pensar lo contrario, y acceden a las peticiones
de sus niños, quienes por ser tan exigentes, atraen la atención de las madres,
quienes evidencian peores cuidados, y le dan una atención sobrevalorada que después
se convierte en un problema. Sin embargo los niños que son tranquilos y no
exigen mucho, obviamente no llaman la atención de la madre lo que también podría
constituirse en un problema, ya que se pueden criar alejados emocionalmente de
ellas.
Es decir, el temperamento puede
guiar nuevas experiencia de desarrollo individual, ya que un niño con poco
temperamento puede ser más accesible a la educación y a la norma, mientras el temperamental
se ve limitado en ese contexto. Sin embargo, también su valor negativo o positivo
depende de cómo ese temperamento se adapta y es aceptado dentro de un contexto
o dentro de una sociedad.
Para esto existen las técnicas de
modificación de conducta, que con aplicaciones pragmáticas se reentrena el
temperamento para hacerlo más adaptativos a ciertos contextos y sociedades.
Como se puede observar, según las investigaciones (Carranza y Gonzales) las sociedades pueden
modificar, mantener, controlar, y extinguir expresiones temperamentales. La
familia es una sociedad, en ella se modela estilos de comportamiento
consentidos, se reprimen algunos y fomentan otros, la impulsividad del niño si
no es controlado desde la primera infancia, puede traer problemas debido a un
condicionamiento a resolver problemas de este tipo de la forma violenta y
agresiva – porque así aprendió.