lunes, 19 de septiembre de 2011

LO FEMENINO Y LO MASCULINO

“Se dice que llevamos una vida sin peligro en la casa mientras ellos combaten en la guerra. Razonamiento insensato. Estar en línea tres veces con el escudo en el flanco. Lo preferiría, a dar a luz una sola vez”. (Eurípides. Medea).

¡Quien te nombró mujer, flaqueza dijo! (Shakespeare. Hamlet)



Lo femenino y masculino pertenece a lo que se llama género, y el género siendo una construcción social, más que a las características físicas del varón y mujer, se refiere al rol social que se le da a uno y al otro. Como es fácil de deducir tampoco tiene nada que ver con el sexo biológico, pero si con su  práctica. Tiene que ver más con la expresión social del sexo. Por ejemplo una característica del género femenino es ser delicado, entonces cuando vemos a un hombre que no es rudo, se dice que es un delicado y hasta afeminado; otras características que clásicamente se le da al género femenino son: sufrimiento, timidez, maternidad, vida de hogar, llorar, ineptitud, debilidad, pertenencia,  limpieza, honradez, y en el acto sexual pasividad, entre otras; al género masculino se le da ciertas características clásicas, fuerza, decisión inteligencia, valentía, tosquedad, suciedad,  deshonestidad y en el sexo, ser activo, entre otras. En el ideario común, las personas atribuimos lo femenino con el sexo en cuanto a biología, pero no es así, en las relaciones sexuales por ejemplo, un hombre rudo puede ser homosexual y sentirse femenina en el acto; una lesbiana puede ser una mujer muy femenina pero ocupar la función activa con otra mujer.

Los griegos denominaban “anèr” a la virilidad del hombre, el ciudadano por excelencia, y “gunè” a la mujer en cuanto al “otro del hombre” domesticada bajo el nombre de esposa, estas denominaciones estaban en relación con la vida en la ciudad. La antropóloga francesa Nicole Loraux especialista en la Grecia antigua entiende “anèr-gunè” como dos categorías no contrapuestas a continuación lo que nos dice Loraux “Del ciudadano a su otro, a sus otros, hay sin duda más de un elemento discriminador. Pero si no se considera más la oposición de lo mismo y de la alteralidad………. como la  última palabra de la reflexión de los griegos (Después de todo Platón mismo sabia que lo Mismo participa de lo Otro) , es forzoso advertir que lo femenino es el más rico de los discriminantes, el operador que por excelencia, permite pensar la identidad como virtualmente trabajada por otro. Lo que significa que cuando se es un hombre griego, cuando se lee a los griegos, se debe proceder  a operaciones de pensamiento mucho más compleja que las verificación repetitiva de una lista de categorías antitéticas”

Es decir, aunque la sociedad griega descalificaba el “gunè” femenino, para reforzar la viril “anèr”,  dejaba abierta la posibilidad de una inversión sexual de acuerdo a los roles sociales. Y se deduce esto por lo que Michael Foucault denominaba el principio de isomorfismo entre relación sexual y relación social que regia en la sociedad griega. En otras palabras, la diferencia sexual se revestía de cierta característica social en su comportamiento, acaso para tranquilidad de algunos griegos que no la tenían muy claras.

De esta forma si una mujer era combatiente tenia característica viril y si un hombre mostraba delicadeza era femenino. Ejemplos de esto lo tenemos en “Antígona” y  “Electra” de Sófocles, o “Medea” de Eurípides. Las madres de los hoplitas griegos eran consideradas unas guerreras como sus hijos. En su mitología los griegos cuentan mitos de sus dioses relacionándolos con mortales varones, el mismo Aquiles en la “Guerra de Troya” demuestra una desesperación y tristeza ante la muerte de Patroclo, características femeninas que subliminalmente el relato trata de ocultar del héroe griego. Con esto quedo expedito el camino para encerrar ciertos comportamientos y roles que tuvieron a la mujer subordinada a las ideas del hombre. Como herederos de gran parte de la cultura griega nuestra sociedad ha  mantenido lo femenino y a la mujer en un sitial de absurda debilidad y dependencia. Casi todos los filósofos exceptuando a Montaigne y Voltaire defenestraban de la mujer, incluso el racional Kant lo que perpetuo en su época esas ideas.

Simone de Beavoir decía que la “mujer no nace, se hace” pienso que se refería en que la mujer una vez nacida, tenía que comportarse como la sociedad manda o le tiene impuesta, por eso ella decía que “lo grave no es que el hombre crea inferior a la mujer, lo grave es que gran parte de nosotras realmente se lo cree” . En su libro “El segundo sexo” Beavoir echa por tierra los mitos de la mujer en cada rol que la sociedad le asigna, nos cuenta ahí historia de lesbianas, casadas, heterosexuales, prostitutas, madres e hijas, y nos abre los ojos que la sociedad del mediados del siglo XX aun le temía a la mujer , este miedo no es en definitiva un  rol femenino, los hombres tememos a la mujer aguerrida, que toma la iniciativa, a las que nos supera sexualmente, y  cualquier psicoanalista estaría de acuerdo conmigo en el hecho de que las conductas de ignorar, esconder y menospreciar son demostraciones de miedo y debilidad.

Yo no voy a defender a la mujer en este artículo, los grupos de liberación femenina se han encargado ya de eso, lo que pienso es que la mujer es igual que el hombre, con sus mismas virtudes y sus mismos defectos, deben tener las mismas obligaciones y los mismos derechos. Las características y los roles sociales son intercambiables incluso en la práctica sexual, sin dejar de ser mujer o varón, esta dualidad de la naturaleza humana es la que nos imposibilita de ser dioses.

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